23 jun. 2008

LOS NIÑOS DEL ALGODON

LOS NIÑOS del algodón comen el azúcar rosáceo que los mantiene despiertos entre el aire anaranjado.
Hay que padecer livianamente el ver sus manos heridas por el continuo desmoñe de la flor blanca. Aquel bulto que recogen sus espaldas, tan suave y denso como cargar una nube.

Su altar es una antena donde incineran mechones de cabellos y pedazos de cuero.
Las ondas suben y corren apacibles por las veredas y jardines correctamente equivocados.

Ese gesto leve de abandonados posee sus cuerpos durante todo el largo día en que caminan las veredas quietas y sordas, de las fábricas quemadas; el umbrío destello nocturno que los fluidos ecos de los carros renuevan.
Los niños que cargan algodón, a través de los parques, pueden sufrir en dulce delirio la demora que ocasiona la excesiva densidad de su carga.

Saturados en cierto punto por el moho rosa que cubre el material podrido, pudieran comenzar a florecer cristalizaciones en sus humildes celdas.